sábado, 6 de noviembre de 2010

Guía del imperio

La plaza de los ministerios de Pixil es el conjunto monumental más visitado del universo. En su amplio rectángulo se concentran gentes de todos los lugares del imperio, y visitantes de más allá de sus fronteras. La inmensa mole del Palacio Imperial, que domina el conjunto, exalta la imaginación de los turistas. Quién sabe qué oscuras maquinaciones se están fraguando ahora mismo en los divanes de la sala del trono, o tras las celosías del gineceo del emperador.
Guía del Imperio. Pixil

No es fácil llegar a Pixil desde la Tierra. No hay transporte directo en instantáneo, pues los habitantes de los Mundos Jóvenes estamos sometidos a una extraña cuarentena. Después de ir en avión a St. Brendan, debemos coger un transbordador hacia Deimos, y de ahí un instantáneo a La Puerta, que es el punto más cercano entre los mundos de la administración Terrestre y el Imperio. Si no hay ningún problema a lo largo del trayecto —dicen que el Enemigo suele colocar distorsionadores de instantáneo que provocan la pérdida de algunas vidas alrededor de La Puerta—, podemos subirnos a continuación al Transporte de Frontera.


Quienes no han visitado el Sistema Solar suelen opinar que el Transporte de Frontera es un medio bastante incómodo y deficiente. Sin embargo, su velocidad y amplitud superan con mucho los estándares a los que nosotros estamos habituados. En apenas un par de meses podemos recorrer la enorme distancia que hay entre La Puerta y la Aduana de Salate, donde, una vez registrados nuestros equipajes y pasados los aros de desinfección, podemos entrar al instantáneo de Pixil.


Sin embargo, por motivos de seguridad, los instantáneos de Salate no dejan al pasajero en la ciudad de Pixil, sino en la Estación de Transferencia, un complejo recreativo situado en una de las tres lunas del planeta. Allí se toma un segundo instantáneo, o bien un transbordador rápido hacia el puerto.


Como ven, no es un viaje demasiado cómodo. La primera etapa es aburrida: quizá demasiado. El transbordador a Deimos, por ejemplo, sobrevive a duras penas como un servicio subvencionado por el estado. Sólo uno o dos funcionarios aburridos y algún agente comercial con autorización de la Secretaría de Mundos Jóvenes pueden ayudarnos a mitigar el aburrimiento del largo viaje a Deimos. El transbordador tendría más tráfico si el instantáneo de Deimos fuera más fiable: las estadísticas de error en tránsito exceden, desde hace cincuenta años, el valor recomendado del 200 por millón. De todas las estaciones de instantáneo de los mundos jóvenes, Deimos es la menos fiable, pero también es la única autorizada para enviar pasajeros a La Puerta.


Durante mi primer viaje en transbordador (tenía yo por entonces unos veinte años, y todavía creía en la bondad del universo) conocí a una inspectora de la Secretaría de Mundos Jóvenes que había estado sirviendo, la mayor parte de su vida, en la embajada terrestre de Pixil. Era una gran conversadora, aunque he de reconocer que mi fascinación por ella se debió, más que a sus anécdotas de la vida diplomática, a las espléndidas formas que conservaba a pesar de su avanzada edad. Aún no había oído hablar de bioescultura, ni de personas perfectas, y no podía creer que aquella belleza, que aparentaba tener menos de treinta años, hubiera realizado ya cuatro o cinco veces el Gran Tour. Estaba convencido de que se trataba de una bella charlatana que trataba de embaucarme con su cháchara acerca de intrigas palaciegas, burocracia administrativa, paraísos turísticos y peligros nocturnos. Por eso no me tomé en serio sus advertencias acerca del Puerto.

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